jueves, 12 de julio de 2012


Hoy no quiere amanecer;
Y de inmediato pienso en ti; 
tus ojos ya deambulan por los subsuelo de lo abismal
ya es otra noche, otra noche sin un amanecer; de soledad, de ausencia
de una ausencia material, pero espiritualmente
inefable.

Las aguas no se han teñido rojas,  el cielo,
 bendito cielo color melancolía.
Los cerros estrepitados están diáfanos de nieve
e inmóviles.
El mar guarda silencio,
 Mientras, la luna te canta una tierna canción de cuna
Las estrellas, soldados de la noche,  hace un marcha fúnebre que te aleja del sueño.
ya no duermo, tú ya no sueñas ni despierto.


Y te das cuenta, cuenta de que te aferras a lo tangible;
en un intento fallido de alejarte de lo  espiritual. De lo que en realidad eres...
Eso que te da temor ser ya...

Ya no son tantas, si no miles las noches.
 Y tus ojos resguardan la agonía de los tiempos más tristes.
Los arboles en sus copas olvidan el invierno-¿tú cuando lo harás?- me pregunto, mientras miro tus ojos cansados…

Intento tocar tus manos, mientras el mar gélido brilla extenuante
y quema, quema como las palabras crueles al alma frágil, como la tuya.

Te arrastro a los ríos, en el intento de salvarte el espíritu.
Las aguas dulces... canoras de un escenario bucólico
en donde de nuevo, somos niños, y cosas como estas no importan.
Los días pasan, los tiempos cambia, nosotros somos los mismos. Y nada, nada
de esto importa.

¿Y tus ojos, tus ojos…? ¿dónde están tus ojos?



Todo es  culpa del grisáceo cielo.
A mi amigo Rubén. 

lunes, 9 de julio de 2012

Sin pecado concebido

I
Se lo pedí, le rogué a mi madre que no lo hiciera. Le pedí que no me internara en esa escuela religiosa: La Academia de nuestras Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús. Una prestigiada academia de señoritas. Y para mí, hospital para contrarrestar perversiones, mutilar vidas, sueños y erradicar enfermedades de orientación sexual, claro. Mi madre, esotérica hasta la muerte, aún piensa que mi condición es algo divinal, un castigo que le ha caído del cielo por haber abandonado a mi abuela en un asilo y haber dejado a mi padre en banca rota después del divorcio. Ella cree que al estar cerca de Dios, podré recobrar la normalidad perdida con la que nací. Pero en realidad, ella busca que yo pagué sus platos rotos ante Dios. Eso fue lo que me dijo ella, mi compañera de habitación. Ella en realidad hace imposible la irónica solución de mi madre… A mi compañera y a mí nos gusta rezar, en verdad que nos gusta rezar juntas. Levantar las manos, levantar el cuerpo y el alma a Cristo, nuestro señor. El silencio, amamos el silencio, la tranquilidad de la iglesia, el olor, el sabor de la ostia, del vino profanado que llega a nuestras bocas, con la gracia de algunas compañeras rebeldes. Ella hace que la sangre del salvador tenga un sabor no sólo profano, sino dulcemente pagano, y desafiante para mí.

II
Es divertido hacer enojar a la Madre superiora. Las mejillas se le ponen coloradas y sus anfibios ojos se saltan, se llena de agua de río. Algunas de las chicas han cortado sus faldas tan diminutas que la distancia entre la calceta blanca y el pliegue del faldón es kilométrica. No sé si lo hacen sólo para matar a la superiora de un coma diabético o para coquetear con el joven Jardinero de la escuela. Sea cual sea la razón, yo doy gracias a Dios por ello. No entiendo por qué le molesta tanto a la superiora, si parecen santas vírgenes diáfanas flotando en el aire…- “la piel de una mujer desnuda es pecado jovencitas. Significa que su cuerpo ha sido profanado más de una vez. Eso es pecado-." nos dice la superiora. “Querrá decir putería, madre” le grita desde un extremo mi compañera.
A veces la monja loca nos castiga con golpes secos en las piernas. Nuestro verdugo, una gruesa tabla de caoba que tiene un prominente clavo en una de sus orillas “la superiora nos quiere crucificar” dice Mariela, otra de las chicas. Algunas otras le dice Pilatos y otras tantas creen que es el mismo demonio, inmerso en la inocente imagen de una monja. Para mí, sólo es una mujer frígida, que tomó malas decisiones en su vida. Deberían ver como suspira cada vez que ve al padre Joaquín. Cruza las manos como chiquilla enamorada, y hasta hace movimientos circulares con el pie mientras se le encienden las gordas y arrugadas mejillas. Le besa las manos al joven padre, con una pasión tacita y después la mete entre sus pechos. Es lo que aseguran haber visto algunas de las chicas. Pero yo no estoy segura, a veces también suspira cuando está frente a Cristo, y hace lo mismo…- Tal vez sea una loca doctrina de la antigüedad. Tal vez eso significa entregarse a Dios en cuerpo y alma-. Dice mi compañera, Gabriela. Mi compañera de cuarto, una chica hermosa, de voz fuerte, típica provinciana. Con piel morena, altura formidable y labios tan suaves, como acariciar los pétalos de las flores del claro; tan suaves y cálidos como sus manos…
Me encanta como se ve en faldón. La he mirado un par de veces en pantalones, otras tantas he tenido la fortuna de verle en calzones y sostén. Pero realmente me encanta entre los pliegues de ese puritano y repulsivo faldón negro. Parece tan santa, tan prohibida. Tan mía.

III
Adoro que se pasee sin sostén por el cuarto. Más me encanta que me pregunte “¿no lo has visto? Es rosa, con encaje” con culpabilidad evidente en los ojos; pasa diáfana un par de veces, con sus perfectas nalgas y sus caderas anchas, esperando a que suba la mirada; me atrevo a verle los pechos y le digo “no, ese no lo he visto. Tal vez en la lavandería” bajo la cabeza, río, y disimulo que sé leer la biblia.
A veces ciento que su presencia me quema, me arrojo al suelo y ella pone mi cabeza sobre sus piernas, mientras le rezo un padre nuestro. Mi cuerpo, casi inconsciente por su olor, se embriaga; me provoca succiona mis dedos. Los meto en lo más profundo de mi, tan profundo que me hace soltar un quejido. Ella me mira, y continúa recitando la oración. La biblia en sus manos comienza a quemarse. Mis deseos se queman ante su mirada.

                                                                            IV
Cada domingo, la madre superiora nos deja salir al pueblo. Dar una vuelta en bicicleta o tomar un helado. Pero a nosotras nos gusta quedarnos en la iglesia, a rezar. Rezamos en el confesionario, rezamos detrás del altar, rezamos en las capillas, rezamos, rezamos, siempre rezamos. Cuando vamos a la habitación, de nuevo nos ponemos a rezar. Yo siempre estoy de rodillas frente a una virgen: Mi virgen; me sujeta la cabeza con fuerza, y me aferra entre sus piernas repitiendo agitadamente “sin pecado concebido, sin pecado concebido ¡sin pecado concebido!” Y Rezamos, siempre estamos rezando.

V
Hoy mi madre me ha preguntado si me siento curada. Si me siento más cerca de Dios. Sonreí y le respondí: “madre, creo que nunca antes me había sentido más cerca del cielo”.