No lo recuerdo, pero estabas ahí
Contra los caballos de Apolo, entre las cristianas y
funestas puertas
Del infierno.
Frente a la
vida y la muerte. Ese pequeño incidente.
Pensando que la vida sin mí sería muerte, que la
muerte sin mí no funcionaría.
Precario dilema es la vida. Que si la vives mueres que
si no te mueres no vives.
Y pasan los años y no me atrevo,
a tomar tu mano firme a decirte a veces que te quiero
Porque ha pasado la polilla. Porque el sol quema la
piel.
Por el simple hecho de que veas que también salivo, y
siento.
Simplemente porque me arde la epiglotis y la faringe
se me quema.
Pero la razón es orgullosa Y a veces se niega, me
ata los caudales sensitivos
Me convierte en el gigante de hierro que tu padre
era; en el gigante
injusto que aparentas ser, en el gigante que nunca he
querido aceptar que soy.
¿Por qué te cuesta tanto demostrar amor? le pregunto
al espejo,
admiranda del prominente seño, que también es el tuyo
carne enervada de la sangre tuya, que se revela
ante la injusticia de tu soberbia
y te admiras, y te lamentas y me-la-mento.
Me da pena tu estupidez,
tu gesto amable con aquellos que te abofetea ambas mejillas y
escupe tu génesis.
Me da pena la dulzura con la que dice un “te odio”
porque el “te amo” te hace llorar
En parte yo soy así. Tan pendeja que no solo
pongo las mejillas,
pongo los pies al fuego y se me olvida qué cosa soy
y por qué
me salvaste del infierno. Soy mal agradecida. Lo soy.
Tú crees que el mundo me pisotea, cuando me ves
derrotada y
con las alas rotas. Si vivo así es porque la vida así
es
más llevadera. Deja de reflejar tus logros
Yo nací imperfecta, también tengo otra sangre en mis
venas
A veces me gusta jugar a que soy como
mamá.
Menos oscura, más leche en miel. Pero te me sales
viejo, te me sales.
Ahora lloras, porque a tu alrededor todo ha
crecido, menos tú.
Porque el tiempo no perdona y más te gustaría
que fuera la memoria la que argonauta, se perdiera
entra las olas y no tú, y no yo.
Ésta vez, ya no puedes salvarme. Ésta vez ya no.