lunes, 11 de junio de 2012

A papá.

No lo recuerdo, pero estabas ahí
Contra los caballos de Apolo, entre las cristianas y funestas puertas
Del infierno.
Frente a la vida y la muerte. Ese pequeño incidente.
Pensando que la vida sin mí sería muerte, que la muerte sin mí no funcionaría.
Precario dilema es la vida. Que si la vives mueres que si no te mueres no vives.

Y pasan los años y no me atrevo,
a tomar tu mano firme a decirte a veces que te quiero
Porque ha pasado la polilla. Porque el sol quema la piel.
Por el simple hecho de que veas que también salivo, y siento.
Simplemente porque me arde la epiglotis y la faringe se  me quema.

Pero la razón es orgullosa Y a veces se niega, me ata  los caudales sensitivos
Me convierte en el gigante de hierro que tu padre era; en el gigante
injusto que aparentas ser, en el gigante que nunca he querido aceptar que soy.

¿Por qué te cuesta tanto demostrar amor? le pregunto al espejo,
admiranda del prominente seño, que también es el tuyo
carne enervada de la sangre tuya, que se revela
ante la injusticia de tu soberbia
y te admiras, y te lamentas y me-la-mento.

Me da pena tu estupidez,
tu gesto amable con aquellos que te abofetea ambas mejillas y escupe tu génesis.
Me da pena la dulzura con la que dice un “te odio” porque el “te amo” te hace llorar

En parte yo soy así.  Tan pendeja que no solo pongo las mejillas, 
pongo los pies al fuego y se me olvida qué cosa soy y  por qué 
me salvaste del infierno. Soy mal agradecida. Lo soy.

Tú crees que el mundo me pisotea, cuando me ves derrotada y 
con las alas rotas. Si vivo así es porque la vida así es 
más llevadera. Deja de reflejar tus logros
Yo nací imperfecta, también tengo otra sangre en mis venas

 A veces me gusta jugar a que soy como mamá. 
Menos oscura, más leche en miel. Pero te me sales viejo, te me sales.

Ahora lloras, porque a tu alrededor todo ha crecido, menos tú. 
Porque el tiempo no perdona y más te gustaría
que fuera la memoria la que argonauta, se perdiera entra las olas y no tú, y no yo.
Ésta vez, ya no puedes salvarme. Ésta vez ya no.

lunes, 4 de junio de 2012

Qué culpa tengo de las musas


Yo qué culpa tengo de las musas,
Qué culpa tengo yo de sus desfiles diáfanos sobre el letargo de la noche
De que me culpas si se recuestan en mi cama; recuérdalo, a las diosas no se les profana
Ellas seducen mi pensamiento, ellas son las que bailan bajo y sobre mi cuerpo.

Yo qué culpa tengo de las musas
Qué culpa tengo que usen abiertos vestidos
Que se muerdan los labios y arrojen besos de carmín
Y  entre mordidas y besos, de repente todo surge.

Yo no entiendo por qué te molestas de las musas.
Si son ellas las que besan esta pluma, si es por ella 
que a veces me tienes y no.
 Si son ellas oráculo de mi destino y de tu existencia.

 Yo qué culpa tengo de  las musas,
de que baile sobre  la melancolía de la noche
de que me besen y no, de que no se vaya
y se queden en tu cama ,en tu puesto
Mientras los papeles se revuelven sobre la cama, escribo el poema más bello.

Yo qué culpa tengo de las musas, si a veces tú ni existes
Si a veces te  miento y no eres tú. Ni  soy yo. Siempre son ellas.